(Por Giselle Santana, Secretaria General de la CTAA Capital Regional Norte, Especial para Quinto Poder Conurbano) En 2016, en ese lluvioso miércoles negro, se empezó a oír con fuerza que “el primer paro a Macri se lo hicimos las mujeres”, “que las mujeres dirijan la CGT”, o “la CGT toma el té, las mujeres la calle”, todas expresiones de un fenómeno que empezaba a sacudir estructuras hasta aquí absolutamente patriarcales.
Las masas empezaban a ver la diferencia en los métodos del movimiento de mujeres, lesbianas, trans, travestis y géneros no binaries: La movilización, las asambleas, la lucha en las calles; y los de los anquilosados burócratas sindicales, con sus eternas “negociaciones”, componendas, y una tregua inexplicable ante los embates de las patronales y el gobierno.
Y esa experiencia también la hicimos las mujeres que militamos en los sindicatos, empezando a cuestionar TODO lo que hasta ese momento era “ley”.
Un Sindicalismo con Perspectiva de Género.
La perspectiva de género obligó a darle “una vuelta” a las históricas demandas del sindicalismo, porque entendimos que a la explotación que sufríamos como trabajadoras en el sistema capitalista, se le sumaba la opresión de la cultura patriarcal, y que esto también tenía expresiones en las luchas por el salario y las condiciones de trabajo que se daban desde los gremios. En el caso de las mujeres, además de pelear por aumentos, había que luchar por igual salario para igual tarea, por superar el “techo de cristal”, por jardines y espacios de cuidado para niños y niñas.
Pero allí no terminaba la desigualdad, el avance en nuestra conciencia nos llevó a identificar formas de violencia laboral específicas contra las mujeres, como el acoso sexual y los abusos en el ámbito del trabajo, y a imponer esos temas, históricamente silenciados, en nuestros sindicatos.
Como mujeres de la clase obrera, organizadas sindicalmente, no pudimos ser ajenas a la marea verde que sacudió todo en el 2018, ya que son las mujeres de nuestra clase las que mueren por la clandestinidad del aborto, y esto obligó a tomar postura a infinidad de gremios, que siempre se habían alineado con los sectores más retrógrados de la Iglesia, cuando las compañeras empezaron a llevar a las marchas, a los plenarios, a los lugares de trabajo el pañuelo verde, como estandarte de la lucha por la libertad de nuestros cuerpos.
Esa extraordinaria experiencia que las mujeres estamos haciendo en el feminismo, donde somos protagonistas de nuestras luchas, donde las decisiones se toman en asambleas horizontales, donde la palabra de cada una y cada une vale, está transformando nuestra militancia gremial y obligando a cuestionar no sólo la situación en el ámbito laboral, sino al interior de nuestras organizaciones, donde aunque muchas veces la mayoría de las trabajadoras y las delegadas seamos mujeres, los “secretarios generales” son varones, los palcos en los actos son de varones, y a nosotras se nos encasilla en las tareas de asistencia, o en las secretarías de género donde se tratan “los problemas de las chicas”, sin contar las denuncias que empiezan a aparecer - en la medida que nos vamos juntando y vamos confiando en nuestras fuerzas- sobre situaciones de abuso y maltrato por parte de “compañeros”…
Una Vanguardia sin nada que perder.
Hace más de un siglo, Karl Marx dijo que los trabajadores no tenían nada que perder, excepto sus cadenas. Ahora, gracias a la marea feminista, podemos decir que les trabajadores realmente no tenemos nada, ningún privilegio que perder, en este sistema capitalista y patriarcal, y eso es lo que nos ha colocado como vanguardia de las luchas en todos los ámbitos, en los gremios, en los barrios, en las escuelas, sumando nuestras reivindicaciones, nuestras identidades, a la pelea común.
Ya nada va a ser igual en los gremios tras la irrupción de esta marea, y necesitamos que así sea, porque el capitalismo y el patriarcado no se van a caer, pero ¡los tenemos que tirar!!!
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